lunes, 5 de marzo de 2012

La conjura de los necios

"La conjura de los necios" trata de las peripecias de Ignatius J. Reilly, un ser tan inadaptado e inmaduro como cultivado. El protagonista, mordaz y ultra crítico con la sociedad en la que vive (la Nueva Orleans de mediados del siglo pasado), tiene un discurso irónico y pedante capaz de arrancar carcajadas. Pero lo cierto es que Ignatius es todo lo que ningún hombre querría ser. Los personajes son de auténtica locura.

Esta obra es genial. Se regodea en multitud de aspectos que en España nos resultan más cercanos: los treintaañeros que no se van de casa, la sociedad y tribus urbanas, la sexualidad, el racismo... Algunos pasajes hasta asustan, por ser tan actuales y tan transgresores, a pesar de haber sido escritos hace 50 años. O quizá esto sea un indicio de que los yankis empezaron a degenerar mucho antes que nosotros. Teología y geometría, es la respuesta de Ignatius para los males del mundo. No digo más.

"La conjura de los necios" ("A confederacy of dunces") es la obra maestra de John Kennedy Toole, un profesor de inglés de Nueva Orleans. Escrita en 1962, es una novela controvertida ya desde antes de su publicación. Su autor,  se suicidó a los 31 años tras no conseguir publicarla (siempre he pensado que un buen suicidio a los treinta es una forma genial de potenciar un best-seller). Su madre consiguió publicar la novela mucho después, en 1980. Poco más tarde, Toole recibía un Pulitzer póstumo por ella. Inquietantemente, las similitudes entre la biografía del autor y algunos de sus personajes no son desdeñables.
- Ignatius, contrólate.
- Me niego a "mirar hacia arriba": El optimismo me da náuseas. Es perverso. La posición propia del hombre en el universo, desde la Caída, ha sido la de la miseria y el dolor.
- Yo no me siento mísera.
- Lo eres.
- No, no lo soy.
- Sí, lo eres.
- No lo soy Ignatius. No me siento triste, si me sintiese triste, te lo diría.
- Si yo hubiera demolido propiedad privada en estado de embriaguez y con ello hubiera arrojado a mi hijo a los lobos, estaría dándome golpes de pecho y gimiendo. Estaría arrodillada hasta que me sangradan las rodillas, como penitencia. Por cierto, ¿qué penitencia te puso el sacerdote por tu pecado?
- Tres avemarías y un padrenuestro.
- ¿Nada más? -aulló Ignatius-. ¿Le explicaste lo que hiciste, que interrumpiste una obra crítica de gran importancia?
- Fui a confesarme, Ignatius. Se lo expliqué todo al padre. Y él me dice "No me parece culpa suya, querida. Creo que lo único que pasó fue que el coche patinó un poquito porque la calle estaba mojada". Así que le expliqué lo tuyo. Le dije "Mi hijo dice que soy la que le impide escribir en sus cuadernos. Lleva casi cinco años escribiendo esa historia". Y el padre va y dice "¿Sí? Bueno no me parece tan importante. Dígale que salga de casa y vaya a trabajar".
- Cómo voy a apoyar yo a la iglesia moderna, es imposible -exclamó Ignatius-. Deberían haberte azotado allí mismo, en el confesionario.

(Gracias Pat por dejármela, no te equivocabas :).